Lo que está pasando ahora en materia política en la Argentina, con respecto a las reelecciones de los gobernadores que se imaginan y sueñan eternos e inamovibles, ya ocurrió en 2006 en Misiones, un territorio hostil a las costumbres republicanas, donde el entonces mandatario Carlos Eduardo “Diver” Rovira Rovirita, acostumbrado a los manejos espurios de los tres poderes y de la opinión pública desde su escritorio, convocó a una elección para que la ciudadanía le diera el poder popular de reformar la constitución provincial, y de ese modo colocar un artículo que permitiera la reelección indefinida del gobernador.
En aquella oportunidad, bañado en soberbia, abrió la billetera y salió a comprar misioneros de a uno. Al principio creyó que su triunfo no estaba en discusión y por eso se animó a convocar a una consulta popular abierta. Cuando todo indicaba que se comía los chicos crudos, se atragantó con uno que no era ningún chico, sino qué Rovirita los veía ínfimos ante él. Sucedió que, con la elección ya convocada y con todos los cálculos y aprietes hechos, le apareció una cara a la oposición a su propuesta eternizadora.
Todos sabemos que la provincia de la tierra colorada y las cataratas más lindas del mundo, le deben su nombre a las misiones jesuitas que “evangelizaron” estas tierras en épocas de la colonia. Y si de jesuitas hablamos, no podemos evitar al actual Papa Francisco, por aquellos días todavía bajo su nombre de Jorge Mario Bergoglio, aunque con el rango de cardenal primado de la Argentina, tuvo una influencia decisiva para frenar la embestida totalitarista de Rovira, el hombre que fue llevado en andas hasta el poder por Ramón Puerta y luego se transformó en su Judas.
La primera vez que se lo propusieron, Joaquín Piña rechazó el ofrecimiento. El obispo estaba de acuerdo con defender las instituciones, pero se negaba a ser el líder de la resistencia a la reelección ilimitada del gobernador Carlos Rovira. El único que logró convencerlo, después de una reunión a solas en La Rioja, fue el cardenal primado de la Argentina, monseñor Jorge Mario Bergoglio, relataba el diario La Nación en su edición del 3 de mayo de 2007.
Desde que tomó aquella decisión, el entonces titular de la diócesis de Puerto Iguazú se transformó en una figura nacional: encabezó la lista a constituyentes, logró encolumnar a toda la oposición misionera detrás de su figura y construyó un frente con el cual obtuvo un claro triunfo en las elecciones de octubre de 2006.
El resultado electoral derivó en cambios políticos sustanciales. Inmediatamente después de la derrota, el presidente Néstor Kirchner -que había dado un respaldo explícito a Rovira- le pidió al gobernador jujeño, Eduardo Fellner, que abandonara su sueño de reformar la Constitución para alcanzar una nueva reelección. Lo mismo sucedió con el bonaerense Felipe Solá.
De repente, la imagen de Joaquín Piña, aquel mesurado jesuita de 76 años, se había transformado en una especie de símbolo republicano. "Le dije a Kirchner que no le convenía pegarse a Rovira. Fue su globo de ensayo, pero recibió un duro golpe", evaluaba el cura en aquellos días, después de haber encabezado una campaña no tradicional. Criticaba en misa, cuestionaba a funcionarios nacionales y caminaba Misiones siempre con la misma remera, que llevaba la imagen del arcángel San Miguel luchando con el diablo. Informal y desinhibido, contra un oficialismo fortalecido por los apoyos nacionales, el obispo reunió a todo al antirrovirismo: logró que la UCR y el PJ marcharan juntos y que el comunismo apoyara a un candidato de la Iglesia.
Después del triunfo, Joaquín Piña se negó a seguir en política: "Estoy aquí en defensa de las instituciones. Cuando esto termine, me vuelvo a mi casa". Según él, quería fortalecer la democracia y darle un mensaje al gobierno nacional para que no se involucrara en Misiones. El tiempo le dio la razón. Nunca más participó de una elección. Se retiró y pasó a ser el obispo emérito de Puerto Iguazú, donde finalmente falleció el lunes 8 de julio de 2013, habiéndose dado los gustos de evitar la "ReRe" de Rovira y ver asumir como Papa a su amigo y guía, Jorge Mario Bergoglio, casi cuatro meses antes de morir.
Después de eso, la historia siguió sin Joaquín Piña, pero con Rovirita omnipresente a pesar de no poder ir por su reelección indefinida. El Driver misionero se perpetuó en el poder a fuerza de dinero, aprietes mafiosos, contactos en la política y la justicia nacionales, y sobre todo haciendo gala de una muñeca de político de alta escuela y una frialdad al mejor estilo de los recordados narcos colombianos de los ‘80. Desde aquel fatídico 2006 hasta hoy, siguió gobernando él, pero a través de sus lacayos.
Todos le respondieron siempre de manera incondicional, y Huguito Passalacqua no fue ni será la excepción. Los anteriores gobernadores fueron Maurice Closs (2007-2015), Hugo Passalacqua (2015-2019) y Oscar Herrera Ahuad (2019-2023). Ahora vuelve Passalacqua (2023-2027). Sólo Closs intentó manejarse con cierta autonomía y fue relegado absoluta y cruelmente de la cúpula de La Renovación, el frente provincial que ostenta absoluta hegemonía y lidera Carlos Eduardo Rovira, un ingeniero químico de 67 años que ha hecho de su bajo perfil y sus escasas apariciones escenográficas, una herramienta perfecta para ser más respetado y temido que el presidente norcoreano Kim Jong-un.
El Frente Renovador de la Concordia gobierna Misiones desde hace más de dos décadas. Primero como gobernador y desde 2007 como capo ininterrumpido de la Cámara de Representantes, Carlos Rovira maneja de manera implacable los hilos políticos en una provincia yerbatera a la que ahora pretende convertir en la Silicon Valley argentina.
La inauguración del Silicon Misiones, ubicado en un predio lindante con el aeropuerto de Posadas, fue la concreción de uno de sus más grandes sueños comerciales. Lejos de las áridas llanuras californianas, la versión misionera de aquel polo tecnológico estadounidense, que el gobierno misionero y especialmente su propietario, Carlos Rovira, aspiran a ver convertido en vanguardia regional en materia de innovación y cultura “emprendedora”, se erige desafiante y estridente de cara al mundo, sobre las tierras coloradas del norte argentino.