¿Puede un proyecto político sobrevivir en una provincia que nunca lo aceptó del todo? Esa es la pregunta que se hacen muchos después de las últimas elecciones, donde el kirchnerismo en Córdoba volvió a quedar fuera de juego. Lo que alguna vez pareció un territorio a conquistar terminó siendo su mayor obstáculo.
Durante casi dos décadas, el kirchnerismo intentó instalar su modelo en Córdoba, pero la respuesta social fue siempre la misma: un rechazo firme. La última elección terminó de sepultar esa aspiración. El Frente Patria no logró renovar bancas y obtuvo apenas el 5% de los votos, borrando su piso histórico. Pablo Carro, uno de los referentes, no continuará en el Congreso, confirmando un final anunciado.

El declive del kirchnerismo en Córdoba no es nuevo. Desde 2015 perdió representación en cada elección. Pasaron de cuatro diputados a ninguno, en un proceso que reflejó el hartazgo de una sociedad que apuesta por la libertad económica y la responsabilidad fiscal.
En 2011 llegaron a rozar el 35% de los votos, pero con el paso del tiempo la gestión nacional mostró límites, desconfianza y un fuerte costo político. La provincia más liberal del país eligió otro camino, uno alejado del intervencionismo estatal y del discurso populista.
Ni siquiera los repuntes temporales, como en 2019 cuando consiguieron dos bancas, lograron revertir la tendencia. Hoy solo queda Gabriela Estévez como referente cordobesa del espacio. Sin estructura territorial, sin base militante fuerte y sin narrativa convincente, el kirchnerismo quedó reducido a la mínima expresión.
Incluso los buenos números de Sergio Massa en las presidenciales no alcanzaron para compensar el derrumbe. La comparación es brutal: más de 300 mil votos en una elección nacional frente a un resultado local casi inexistente.
Córdoba se consolida como una provincia moderna, productiva y con convicciones liberales claras. Su electorado privilegia la estabilidad institucional y la competitividad antes que el gasto sin control o la épica militante.
Lejos de dejar espacio a la nostalgia o al relato, los cordobeses ratifican una y otra vez su decisión de avanzar hacia un modelo basado en libertad, orden y esfuerzo individual.
La historia reciente deja una conclusión evidente: Córdoba sepulta al kirchnerismo no por moda ni por coyuntura, sino por convicción. Mientras otras provincias aún debaten su rumbo, el corazón productivo del país ya lo tiene claro. Y eso, más que un resultado electoral, es una definición cultural que parece definitiva.