El sistema de colegio electoral estadounidense define al presidente a través de 538 electores, quienes representan a cada estado. Para ganar, el candidato necesita al menos 270 votos electorales, lo que puede llevar a que el ganador del voto popular no alcance la presidencia, como ocurrió en 2000 y 2016.
Hasta 1994, Argentina usaba un sistema indirecto para elegir a su presidente, con electores que representaban a las provincias. Sin embargo, la reforma de la Constitución eliminó este modelo, permitiendo que el voto directo decida al presidente sin intermediarios.
La reforma constitucional argentina trajo transparencia al sistema electoral, fortaleciendo la democracia. A diferencia del colegio electoral estadounidense, el voto directo refleja el deseo de los ciudadanos sin capas adicionales de decisión.
En EE. UU., el sistema indirecto es tema de debate: casos como las derrotas de Al Gore en 2000 y Hillary Clinton en 2016 reabrieron la discusión sobre si el colegio electoral debe reformarse para representar el voto popular de forma más directa.
En 1994, Argentina adoptó el voto directo, asegurando que cada sufragio tenga un peso en el resultado final. El modelo indirecto fue abandonado en favor de un sistema transparente y más representativo de la voluntad popular.
Aunque el sistema estadounidense sigue llamando la atención, en Argentina el voto directo se consolida como símbolo de participación democrática plena. La elección de presidente en Argentina refleja, sin intermediarios, la decisión popular.