¿Qué pasa cuando un partido que crece en las urnas empieza a ser vigilado como si fuera una amenaza? Esa es la pregunta que se hacen muchos en Alemania después de la decisión de la Oficina Federal para la Protección de la Constitución. El organismo acaba de clasificar oficialmente a la AfD (Alternativa para Alemania) como un partido de extrema derecha, y las consecuencias pueden ser muy serias.
Hasta ahora, la AfD, que tiene como una de sus líderes a Alice Weidel, era vista como “sospechosa”. Pero tras tres años de investigación, el organismo de inteligencia interna dio un paso más: encontró pruebas concretas de que el partido promueve ideas incompatibles con la democracia.
Lo que cambia es que ahora el Estado puede usar más herramientas para seguir de cerca a la AfD: desde vigilancia directa hasta el uso de informantes. Según el informe, el partido define al pueblo alemán por cuestiones étnicas y de ascendencia. Esto, para la Oficina Federal, choca de frente con la idea de igualdad que sostiene la Constitución.
Por ejemplo, la AfD no considera parte del pueblo alemán a ciudadanos con raíces musulmanas, aunque tengan nacionalidad alemana. Para el Estado, eso es un discurso que discrimina y margina. Y por eso se lo considera extremismo confirmado.
Desde el partido salieron a rechazar la medida con fuerza. Alice Weidel y otros dirigentes dicen que esto es una jugada política para desprestigiar a la oposición. Anunciaron que van a llevar el caso a la justicia y que esta decisión “daña a la democracia”.
Incluso un dirigente como Stephan Brandner declaró que el informe no tiene sustento y es parte de una “lucha del sistema contra la AfD”. La propia ministra del Interior, Nancy Faeser, tuvo que salir a aclarar que no hubo presiones políticas para esta clasificación.
La clasificación como extremista puede tener un impacto fuerte en la imagen pública del partido. Pero también podría fortalecerlo entre quienes ya ven a la AfD como una alternativa al sistema. De hecho, en las últimas elecciones nacionales sacaron más del 20% de los votos, convirtiéndose en la segunda fuerza más votada.
El debate está abierto: ¿es esta una medida para proteger la democracia o una forma de silenciar a la oposición? Algunos líderes internacionales, como el senador estadounidense Marco Rubio, opinaron que esto es “tiranía disfrazada”.
La historia no termina acá. La AfD ya prepara su defensa legal. Mientras tanto, el crecimiento del partido en las encuestas no se detiene. Y el resto del sistema político alemán enfrenta un dilema: cómo frenar a un partido que gana votos, pero que para muchos pone en riesgo los valores democráticos.