Que los caudillos argentinos son tremendos veletas no es ninguna novedad. gobernantes de billeteras exhuberantes y convicciones escasas, solo trabajan para ellos mismos, escondiendo sus bajezas en la inabarcable inmensidad del océano de traiciones de la política cástica y obscena que los contiene.
En ese submundo tenebroso y sin reglas, se destaca el caso de la provincia de Misiones, derramando inescrupulosidad hacia abajo a todo el país, pero también a nuestros vecinos Paraguay y Brasil, con quienes limita al norte. Esos, los geográficos, parecen ser los únicos límites que reconoce Carlos Rovira, el dueño político, económico y territorial de la capital nacional de la yerba mate.
El mafioso conductor del Frente Renovador para la Concordia, pasea a su partido local por todas las orillas electorales del momento. Dialoga con Macri y Bullrich, a quienes aporta fiscales y promesas por si no naufragan. Hace valer con Milei los tres millones de dólares que le habría dado hace un año para su campaña a cambio de que no presente candidatos provinciales. Y le jura lealtad a Massa, con paseos de campaña y reparto de boletas.
Si bien Rovirita siempre hizo gala de su enorme habilidad para la deslealtad política y personal, nunca fue tan explícito como ahora en sus 20 años de reinado misionero. Siempre jugó a todas las puntas posibles, pero nunca fue tan rastrero y miserable. Los años y la grave dolencia que lo aquejaría, parecen haber debilitado su muñeca y sus modos. Agarró por el pasto, sus súbditos lo saben y ya no lo respetan ni lo quieren como antes. Hay olor a cala...
La diferencias con el gobernador saliente, Oscar Herrera Ahuad, son tan evidentes que preocupan a las históricas estructuras del FR, que no saben cómo pararse entre ambos. Pero lo peor es la interna durísima que despliega el diminuto “Driver” contra quién él mismo entronizó meses atrás, el gobernador entrante Huguito Passalacqua, a quién denosta a través de sus lacayos socaleros, tratándolo de borracho y traidor.